Los primeros caballos fueron introducidos en Chile por el conquistador Pedro de Valdivia desde el Virreinato del Perú.
En 1544 se consolida el caballo en el territorio chileno: esto se produce gracias al establecimiento del primer criadero del país a cargo del padre Rodrigo González Marmolejo, quien con sus propias yeguas seleccionadas establece su crianza en los sectores de Melipilla y Quillota.
En 1585 los guerreros araucanos incorporaron a sus filas al caballo gracias al genio de Lautaro. Más tarde se convertirían en jinetes más valientes y expertos, superando en muchos casos a conquistadores españoles.
El devenir del caballo en Chile continuó con la época de la Colonia, cuando el país se dividía en dos grandes zonas: una zona de paz, eminentemente agrícola y ganadera, ubicada entre Copiapó y Bío-Bío, y una zona de guerra, desde Bío-Bío a Los Llanos de Osorno. En esta época el auge del caballo fue aumentando, y comenzó a decrecer cuando sobrevino la Guerra de la Independencia y los ataques a las manadas de españoles y hacendados por parte de los patriotas.
En 1820 el caballo chileno se comenzó a perfilar con tres tipos definidos por sus usos: el de paseo o de lujo, constituido por ejemplares de contextura gruesa y corpulenta; el de paso o viajero, que era un caballo de pechos algo más angostos, cruz baja y muy andador; y el de trote o marcha, utilizado para faenas agrícolas y por el Ejército.
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