Los caballos arribaron a América en 1493 en el segundo viaje de Cristóbal Colón, llegando a la Isla Española. Desde ahí se multiplicaron para posteriormente reunirse en gran número en Jamaica y México, lugares desde donde la corona concedió los caballos suficientes a los conquistadores para llevar a cabo sus expediciones al interior del continente americano. Estos caballos eran de raza española y eran principalmente de 3 tipos: El caballo español de Castilla, el caballo andaluz y el caballo Tipo Jaca y Rocín.
Los orígenes del caballo chileno se remontan al año 1540, cuando el conquistador Pedro de Valdivia introdujo desde el Virreinato del Perú en su expedición los primeros 75 ejemplares entre potros y yeguas, con los que cruzó el desierto de Atacama; en la expedición, realizada en época de poca nieve (que cae en las zonas altas) para intentar reducir la dificultad del recorrido, Valdivia perdió buena parte del ganado. Tres años más tarde, Alonso de Monroy trajo 70 animales más, los que se incrementaron con 4 remesas que llegaron desde el Cuzco, Perú, que en menos de 7 años conformaron una masa caballar de alrededor de 500 equinos, población que fue reforzada y mejorada con la inclusión de 42 reproductores escogidos de propiedad del Gobernador García Hurtado de Mendoza. Estos animales eran de pequeña alzada, pero su descendencia se mezcló con animales de mayor tamaño y con el transcurso de los años esta población relativamente aislada conformó una nueva raza.
En 1544 se consolida el caballo en el territorio chileno: esto se produce gracias al establecimiento del primer criadero del país a cargo del padre Rodrigo González Marmolejo, quien con sus propias yeguas seleccionadas establece su crianza en los sectores de Melipilla y Quillota.
En 1585 los guerreros araucanos incorporaron a sus filas al caballo gracias al genio de Lautaro. Más tarde se convertirían en jinetes más valientes y expertos, superando en muchos casos a conquistadores españoles.
El devenir del caballo en Chile continuó con la época de la Colonia, cuando el país se dividía en dos grandes zonas: una zona de paz, eminentemente agrícola y ganadera, ubicada entre Copiapó y Bío-Bío, y una zona de guerra, desde Bío-Bío a Los Llanos de Osorno. En esta época el auge del caballo fue aumentando, y comenzó a decrecer cuando sobrevino la Guerra de la Independencia y los ataques a las manadas de españoles y hacendados por parte de los patriotas.
En 1820 el caballo chileno se comenzó a perfilar con tres tipos definidos por sus usos: el de paseo o de lujo, constituido por ejemplares de contextura gruesa y corpulenta; el de paso o viajero, que era un caballo de pechos algo más angostos, cruz baja y muy andador; y el de trote o marcha, utilizado para faenas agrícolas y por el Ejército.
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